jueves, 31 de octubre de 2013

Mumford and Sons

Weep for yourself, my man,
You'll never be what is in your heart
Weep Little Lion Man,
You're not as brave as you were at the start
Rate yourself and rake yourself,
Take all the courage you have left
Wasted on fixing all the problems
That you made in your own head

But it was not your fault but mine
And it was your heart on the line
I really fucked it up this time
Didn't I, my dear?

Tremble for yourself, my man,
You know that you have seen this all before
Tremble Little Lion Man,
You'll never settle any of your scores
Your grace is wasted in your face,
Your boldness stands alone among the wreck
Now learn from your mother or else spend your days
Biting your own neck

But it was not your fault but mine
And it was your heart on the line
I really fucked it up this time
Didn't I, my dear?


Didn't I, my dear?

But it was not your fault but mine
And it was your heart on the line
I really fucked it up this time
Didn't I, my dear?

Jon y Arya (J.D.T)

Arya estaba en su habitación, colocando sus pertenencias en un baúl de tamarindo pulido en el
que ella misma habría podido meterse. Nymeria la ayudaba. Arya sólo tenía que señalar, y la loba
cruzaba la habitación en un par de saltos, agarraba una prenda de seda con los dientes y se la
llevaba. Pero, cuando olió a Fantasma, se sentó sobre las patas traseras y aulló.
Arya miró hacia atrás, vio a Jon, se puso en pie de un salto y le echó los delgados brazos al
cuello.
—Tenía miedo de que te hubieras marchado ya —dijo, emocionada—. No me dejaban salir a
despedirte.
—¿Qué has hecho esta vez? —preguntó Jon echándose a reír.
—Nada. —Arya lo soltó e hizo una mueca—. Ya había recogido todo. —Señaló el enorme baúl,
que apenas estaba a un tercio de su capacidad, y la ropa dispersa por toda la habitación—. La septa
Mordane dice que tengo que hacerlo otra vez. Dice que no había doblado bien la ropa. Dice que una
dama sureña como debe ser no tira los vestidos al baúl como si fueran trapos.
—¿Es lo que habías hecho, hermanita?
—¿Y qué más da, si al final van a quedar todos arrugados? —replicó la niña—. ¿A quién le
importa si van doblados o no?
—A la septa Mordane —dijo Jon—. Y me parece que tampoco le gustará nada que Nymeria te
esté ayudando. —La loba lo miró con sus ojos color oro oscuro—. Pero mejor así. Te he traído una
cosa, y tienes que guardarla bien en el baúl.
—¿Un regalo? —El rostro de Arya se iluminó.
—Más o menos. Cierra la puerta.
—Nymeria, aquí. —Arya se asomó al pasillo, cautelosa y emocionada a la vez—. Vigila.
Dejó a la loba fuera para que los alertara si llegaba algún intruso, y cerró la puerta. Jon ya
había retirado los trapos con que llevaba envuelto el objeto. Se lo tendió.
—Una espada —dijo Arya en voz baja, entrecortada. Los ojos se le habían abierto como platos.
Eran unos ojos oscuros, como los del chico.
La vaina era de cuero gris, muy suave y flexible. Jon extrajo muy despacio la hoja para que
pudiera ver el brillo azul oscuro del acero.
—No es ningún juguete —le dijo—. Ten cuidado, no te vayas a cortar. Con un filo así puedes
hasta afeitarte.
—Las chicas no nos afeitamos —dijo Arya.
—Algunas deberían. ¿No te has fijado en las piernas de la septa?
—Las tiene muy flacas. —La niña soltó una risita.
—Igual que tú —dijo Jon—. Le encargué esta espada a Mikken, es muy especial. Es como las
que utilizan los criminales en Pentos, en Myr y en otras Ciudades Libres. No basta para cortarle la
cabeza a un hombre, pero si eres rápida lo puedes dejar hecho un colador.
—Soy muy rápida —dijo Arya.
—Tendrás que entrenar todos los días. —Le puso la espada en las manos, le enseñó cómo
sostenerla y retrocedió un paso—. ¿Qué opinas? ¿Te parece bien equilibrada?
—Sí.
—Primera lección —dijo Jon—. Tienes que clavarla por el extremo puntiagudo. —Arya le dio un
golpe de plano con la hoja en el brazo. A Jon le dolió un poco, pero sonrió como un idiota.
—Eso ya lo sé —dijo Arya. Una sombra de duda le nubló el rostro—. La septa Mordane me la
quitará.
—Para eso tendría que saber que la tienes —señaló Jon.
—¿Con quién voy a entrenar?
Ya encontrarás a alguien —le aseguró Jon—. Desembarco del Rey es una ciudad de verdad,
mil veces más grande que Invernalia. Hasta que lo encuentres, mira cómo entrenan en el patio.
Corre y monta a caballo, tienes que fortalecerte. Y pase lo que pase...
Arya sabía lo que venía a continuación.
—¡Que no... se entere... Sansa! —dijeron al unísono.
—Te voy a echar mucho de menos, hermanita. —Jon le revolvió el
—Ojalá vinieras con nosotros. —De pronto a Arya le habían entrado ganas de llorar.
—A veces los caminos diferentes llevan al mismo castillo. ¿Quién sabe? —Empezaba a
sentirse mejor, no iba a permitirse ceder ante la tristeza—. Me tengo que ir ya. Si sigo haciendo
esperar al tío Ben me pasaré mi primer año en el Muro vaciando orinales. —Arya corrió hacia él para
abrazarlo por última vez—. Antes suelta la espada —le advirtió Jon entre risas. La niña dejó la
espada casi con timidez, y lo cubrió de besos—. Casi se me olvida —añadió Jon dándose media
vuelta, ya en la puerta. Arya tenía otra vez la espada entre las manos y la sopesaba—. Todas las
espadas importantes tienen nombre.
—Como Hielo —asintió ella. Contempló la hoja que tenía en la mano—. ¿Ésta tiene nombre?
Anda dímelo.
—¿No te lo imaginas? —bromeó Jon—. Es lo que más te gusta en el mundo.
Arya se quedó desconcertada un instante. Luego se le ocurrió. Tenía una mente rápida.
—¡Aguja! —dijeron los dos a la vez.
El recuerdo de la risa de Arya lo acompañó y le dio calor en el largo viaje hacia el norte.